jueves, 22 de septiembre de 2011

Notas sobre los objetos que ocupa mi cuarto (Basado en George Perec)


MI ESPACIO ESTA EN BLANCO

Mi cuarto aún sigue virgen. Las personas que entran tal vez piensan que es aburrido, pero en realidad es un camaleón de cuatro paredes que apenas está aprendiendo a mimetizarse en los colores de mi personalidad.  

Al mudarme de Barranquilla a Bogotá, me deshice de casi todo lo que había acumulado en mi cuarto anterior. Desde los collares hawaianos de mi quinceañero, los collares de margaritas del cumpleaños de Juan Pablo y hasta de las coloridas gafas “welcome 2011”. Tenía todo un revoltijo de objetos en ese estante esquinero de mi vieja habitación. En el nuevo no tengo estantes, pero algunas cosas que no boté, ahora están guardadas en el closet, a 2.600 metros sobre el nivel del mar. Imagino que son ese tipo de “trofeos” personales que te traen buenos recuerdos en el futuro.   

Entre las cosas que no boté se encuentra la corona dorada de plástico que me gané en la fiesta de prom de mi curso, donde fui nombrada Prom Queen. Esa corona es la excusa de mis padres cuando alguien menciona el tema de lanzarme a señorita Atlántico, ellos dicen que ya soy la reina de la casa y que ya tengo una corona. También se encuentran cuadernos viejos de otros semestres. Siempre he tenido esa escena en la cabeza, en donde los necesito en el futuro y no los encuentro por haberlos botado.
Tengo que confesar que la mudanza fue la excusa perfecta para deshacerme de cosas que no había querido soltar: envases de perfumes vacíos que me había regalado Pipe, mi ex novio, con el que duré cinco años; una caja llena de hilos e instrumentos de todo tipo para hacer pulseras, trabajos del colegio y hasta colas de caballo para el pelo que estaban dañadas, pero que pensaba, algún día podría arreglar y volver a usar. Fueron cajas enteras las que se fueron a la basura, junto con historias inconclusas de mi pasado a las que no había podido ponerle punto final.

Una de las cosas que aún conservo y que creo que nunca botaré, serán las cartas de mi infancia. Lo que ya no existe es la caja donde las guardaba que hice cuando pequeña, sobre la que decía con marcador naranja, "pribado! porfabor no leer". Ahora las cartas están guardadas en una bolsa en mi closet, pero de vez en cuando las saco, sobre todo cuando me visitan amigos que me escribieron algunas de las cartas. Siempre las sacamos y pasamos horas riéndonos de las locuras e inocencias plasmadas en esos papeles coloridos.

En las paredes blancas de mi cuarto sólo se ven dos cosas, un corcho lleno de fotos y un espejo. El corcho estaba un poco desactualizado antes de mudarme, pero me tomé a la tarea de imprimir fotos recientes y no dejar ni un espacio sin algo que contar. Hoy pienso que sigue desactualizado y no quisiera que se quedara congelado en una época, sino que cada vez reciba más fotos y sean bajadas aquellas que no significan nada. Ya que he vivido en diferentes lugares (Guajira, Barranquilla, Miami, Bogotá), siempre hay gente nueva que agregar a mi corcho y hay muchos que ni siquiera llegan a estar en él.

Al lado del corcho hay un espejo que abajo tiene una gaveta, sobre la cual hay una pila de libros que planeo leer y otros que terminé recientemente. Entre los libros que leí está "Estad firmes" de  Judy Jacobs  y  "Código de campeón" de Dante Gebel, son libros que aun no guardo porque a veces los utilizo en los grupos de oración que hago los miércoles en mi casa. También están los dos libros que me estoy leyendo en este momento: "Tu mejor vida ahora" de  Joel Osteen y "Desayuno con John Lennon y otras crónicas para la historia del rock" de Robert Hilbrun.

Están en fila también "Padre rico, padre pobre" de Robert Kiyosaki, "Controlando tus emociones" de Joyce Meyer e "Intoxicados por la fe" de Bernardo Stamateas. Al lado de los libros está un vaso gigante color azul que me traje de la casa de Juan Pablo un día, es tan grande que mi mamá un día lo usó como florero sin saber que era un vaso. Adentro de la gaveta hay una banda elástica verde para hacer ejercicio que nunca he usado, y una bolsita con utensilios para hacerme la uñas que tampoco he utilizado. Lo compramos para que la empleada que sabía hacer las uñas me las hiciera, pero la terminamos despidiendo porque se robó una ropa mía y de mi mamá.

La cama, que parece de hotel, es doble y tiene las mesitas de noche pegadas a ella; tiene una sobrecama blanca con caqui claro. La verdad es que nunca uso el color marrón y éste es un color que no me gusta mucho, pero mi mamá me compró la sobrecama mientras me mandaba fotos por el blackberry para que yo escogiera, pero en la foto se veía toda blanca. Sobre una de las mesitas de noche se encuentra un vaso blanco que dice “I LOVE JESUS”, ese vaso me lo trajo mi amiga Susy de USA. Adentro del vaso están tres pares de aretes que son los únicos que utilizo y sólo en ocasiones especiales, ya que soy alérgica a la fantasía y no me los aguanto mucho tiempo.

La verdad es que nunca uso aretes y me veo rara cuando me los pongo, aunque nunca falta el comentario del despistado que me ve todos los días y me dice que se me quedaron los aretes. Al lado del vaso está el teléfono inalámbrico que nunca contesto porque nadie sabe mi teléfono en Bogotá y si me necesitan me llaman a mi celular. En la otra mesita de noche está una lámpara, un portavasos, y las tres cremas que uso todas las noches. La crema para disimular ojeras y prevenir arrugas en los ojos, la crema para despigmentar una mancha que tengo en la cara por el sol, y la última que sólo uso cuando se me brota la cara.

Si abrimos la gaveta de una de las mesitas de noche encontramos un revoltijo de objetos que no sé cómo llegaron a parar allí. Unas pulseras doradas que alguna amiga olvidó, unos lapiceros y resaltadores que guardo para usar más adelante en la universidad; papeles de la universidad, un forro verde y otro rosado para mi celular. También hay monedas que he dejado allí aleatoriamente, pastillas para la alergia, otras para el dolor de cabeza, chapstick, el cargador del blackberry y el del computador; la cámara y ese botón que se le cayó a un saco.

Encima de la cama están las cuatro almohadas que uso para dormir y una cobija súper rica que uso para no deshacer la cama en las tardes, cuando tengo frío. Encima de mi cama también está mi computador portátil, que es lo primero que prendo al llegar a casa. El televisor, que está entre la mitad de los dos closets, casi nunca lo enciendo. Si tiene suerte de ser prendido sólo proyecta los canales de películas, como HBO.

Es evidente que a mi cuarto le falta madurar. Y ese orgullo que sentía por mi habitación se esfumó el día en que una amiga, al finalizar el tour que le hice por mi nueva casa, dijo: "está full aburrido". Yo no me había dado cuenta lo aburrido que era mi espacio hasta entonces, yo estaba muy orgullosa de lo organizado que se veía. Tan organizado, que aburrido era la mejor palabra para describirlo.

Comparándolo con mi cuarto anterior,  entendí que aunque este estuviera mucho más organizado, estaba en blanco, esperando recibir nuevas experiencias en esta nueva ciudad. Aquí la mayoría de los días son grises, aburridos y simples en muchas cosas. Creo que todo es un proceso en el que poco a poco me iré adaptando e iré creando mi atmosfera perfecta, y que mejor lugar para iniciar que estas cuatro paredes. 

Daniela Manotas Arocha

2 comentarios:

  1. Me gusta, es una descripción de objetos que te lleva a hablar sobre tu vida,detalles del pasado; que ayuda también a vislumbrar quién eres. Buen trabajo.

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  2. Este es un buen ejercicio. Solo hay que prestarle atención a que hay pasajes en donde parece que escribes solo para ti y en otros sí para que te lean.

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